¿Ya has oído mi susurrar? ¿Ya has notado mi dedo en tu espalda? La recorro suavemente, tan suave que apenas toco tu piel, erizo tu vello y tú te encoges tímidamente.
Estoy a tu lado, tan solo nos tapan las sábanas de este invierno que parece entrar por cualquier escondite.
¿Ya has notado mi aliento, mi respirar? Está en tu nuca, y baja poco a poco por tu brazo derecho. Te huelo, me encanta tu perfume, huele a mar, a sal, a algún paraíso perdido en el Pacífico, huele a arena acariciada por las olas, huele a ti.
Fíjate en el tiempo que pasa entre nosotros, despacio, parece parado, expectante ante lo que hacemos. Te beso en el cuello, y el tiempo se para del todo, se eriza tu piel más que nunca, despiertas pidiendo más. Quizá quieres un beso en el ombligo, quizá en los labios, quizá quieres que recorra tu pecho con mi dedo, o quizá, simplemente, quieres un “buenos días” susurrado al oído.
Te doy todas esas cosas, poco a poco, tenemos todo el tiempo del mundo, no me importa perder tiempo si estoy contigo, pues no se pierde, se gana, recorrería tu piel todos los segundos de mi vida.
Siento que me pides más, me lo dices con la mirada, esos ojos verdes, que parecen entrar dentro de mí y conocerme como si llevásemos toda una vida juntos. Empiezo a recorrer tus piernas con mis dedos y acerco mi nariz para olerte de nuevo, voy subiendo poco a poco, y me salto el fulgor para volver a tu ombligo y seguir subiendo, me paro en tus pechos, y mientras los hago tiritar descargo mi pasión sobre tu cuello, lo beso, lo huelo, lo siento, y entonces subo mi mirada y se encuentra con la tuya, me dice que ha llegado el momento de seguir subiendo de nivel.
Mi boca se posa en la tuya y siento tus labios como si fuesen gominolas, son dulces y esponjosas, me encantan, te doy pequeños mordiscos y gimes pidiendo algo más, te lo doy, mis dedos bajan de forma instantánea y empiezan a recorrer tu cuerpo por dentro, suave, muy suave, aunque tu forma de besarme me cuenta que le gusta, porque estás segura, excitada, tus labios saben qué hacer en cada momento, en cada instante. Yo sigo, y mis dedos se divierten, mi boca pasa a tu cuello, porque sé que te encanta, sé que si lo hago no te podrás resistir y caerás rendida, lo haces, gimes de placer y yo te siento, sigo hasta que el gemido se convierte en respiración.
Entonces paro, y nuestros cuerpos parece que se quedan suspendidos en el aire. Nos miramos, solo hay milímetros entre nuestros ojos, entre nuestros labios, entre tú y yo, sentimos el calor del otro, sentimos la excitación, el cómo estamos temblando, el cómo es la calma antes de la tormenta.
Y la tormenta llega, de repente el mundo parece acelerarse, te cojo de la cintura y te introduzco el miembro de una sola vez, todo, tú miras a la nada y sueltas un grito, al instante lo suelto yo, sentimos el placer de nuestros cuerpos. Mientras mi miembro parece ir al ritmo de una música que no suena te beso, con tanta pasión que cierro los ojos y no quiero abrirlos nunca, mis manos recorren todo tu cuerpo, la cintura, tu suave pecho, y luego se pierden entre tu cabello. Me agito con tanta fuerza que siento que no puede haber nada después de esto y tú cierras los ojos intentando encontrar un mundo donde se pueda disfrutar de tanto placer.
Y entonces tu aliento grita palabras que no se oyen pero que suenan tan intensas como un grito en el desierto. Mis labios empiezan a bajar el ritmo y mi miembro también, al tiempo que te miro a los ojos intentando encontrar respuesta a por qué me gustan tanto estos momentos.
Salgo de ti y me quedo tendido sobre la cama, llega la calma, esa que a veces es necesaria. Te miro y sonrío, tú haces lo mismo. Nos besamos. Te quiero tanto que viviría en este eterno instante, justo en el momento en el que no hacen falta las palabras para decir lo que pensamos.
Aunque el reloj sigue contando y otras tormentas seguirán llegando.